martes, 24 de marzo de 2009

La Diáspora

LA DIÁSPORA
Es un paquete de hojas que arrastró el viento. Cada quien con sus motivos y circunstancias. Aquí estamos a todo lo largo y ancho de la Unión. También en Europa, Asia y hasta en Burundi. No hay lugar del mundo donde no haya un dominicano. Pero si algo caracteriza la diáspora, son los recuerdos. La Patria se vuelve olores, sabores, música, sonidos, la charla con el amigo, el colmadón, el abrazo, la conversación con la vecina y tantas cosas y cositas que se quedaron atrás. Y más que todo, nostalgia. En especial cuando nieva y ese manto blanco trae el olor a café recién colado, a puerco asado, a calle llena de alegría, a jengibre, aguinaldo y a “Cima, Sabor Navideño”.
Te tienes que acostumbrar. ¿A qué? A un idioma que suena a piedra masticada, a un frío que te entumece los huesos, a unas gentes que no te miran a los ojos, y si te miran lo hacen con curiosidad o con recelo, a un silencio que, veces es bueno, pero apabulla, a unas costumbres y a un país que nunca será tuyo. Pues mira que no. Somos lo que somos, lo que hemos sido y lo que seguiremos siendo. Dominicanos de la diáspora, pero dominicanos al fin y al cabo.
Y me preguntarás ¿Qué haces tú allí? Pues mira, nunca pensé, ni en los peores momentos, dejar mi país. Pero la vida me arrastró, y le he preguntado a Dios, pero no responde. Supongo que tiene un plan. No lo sé. Y espero a que se decida y me lo cuente. Alguna vez he visto una lucecilla, y me aguanto. Tiene cosas muy bellas este país. Sobre todo el orden, la ley y el cuidado. Algo que nosotros no tenemos. Desde donde vivo, Denver, veo las montañas coronadas de nieve eterna, me llega el olor de los pinos y el cantar de las aves en primavera. Aún así, me hacen faltas las cotorras que en octubre cruzaban alegrando mi balcón. Al decir del poeta César Sánchez, “La diáspora es un pedazo de la patria itinerante… son espejos donde la Patria se mira.” Y así es. Traemos nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestra cultura, como un pedacito de la patria bajo del brazo.
Vivimos con una espina que nos divide entre lo bueno de aquí y lo bueno de allá. Siempre será así. Añoraremos el vecindario, la chercha, la cerveza bien fría, las habichuelas con dulce, que aunque la hagamos aquí, las de allá siempre serán mejores. No es lo mismo venir de vacaciones, el Mall, los museos, conciertos, las praderas, que vivir aquí para siempre y más aún, con nostalgia. Dicen que la nostalgia es un lirio morado de crece y se alimenta con los recuerdos, y de lirios morados está sembrada la diáspora. Es cierto que unos están en circunstancias peores, sin recursos para volver en Navidad o Semana Santa. De todos modos, las sombras de lo vivido en esa isla compartida, se amontonan. Trepa como la hiedra y amenaza con las lágrimas. No todo es malo, por supuesto. Está la esperanza de volver todos los años. La invitación para jugar dominó, un buen cocinao, y la conversación que nos vuelve a remitir con la nostalgia, esta vez con unas cuantas “fría”.

Ligia Minaya
Denver, Colorado.
DL. 14 Junio 2008

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